Debiéramos volver al reloj de pulso...

Debiéramos volver al reloj de pulso, al tiempo hecho de sangre y de palpitaciones. ¡Qué nostalgia de los días de arena! ¡Cuán grandes éramos en los días del Sol! Los hombres y las horas éramos iguales, de la misma materia; pueblos y minutos cayendo hasta formar un montículo de polvo, el hombre al hombre, el tiempo al tiempo, retornando como arena. Qué distintas las noches dependientes de los astros, cuando el sueño no se medía; la oscuridad paraba al mundo y en la mañana, nos daba a luz la vida. Entonces no conocía el hombre las tinieblas, nacíamos al amanecer y nuestro ocaso legaba junto con el de la tierra, cuando el Sol descendía y nos llamaba al hogar, a dormir con las estrellas.

Nada como un reloj para hacer sentir al hombre su miseria, ya nadie quiere ver pasar el tiempo ¡qué efímeros nos vuelve el segundero! Morimos cómo prematuros, quedamos en desamparo. ¿A dónde se nos va el tiempo? Las manecillas siguen girando y el hombre no se detiene, sin avanzar solo retorna, no al polvo, ni al Sol, vuelve al inicio… ya no hay descanso.

Qué tristeza madurar a tres velocidades y llegar al fin de nuestros días con dos terceras partes muertas (quiero una existencia plena). Arrancaré un par de manecillas, la vida al final es sólo esto: una hora, sin tiempo, sin muerte, sin retorno.

Debiéramos volver al reloj de pulso, al tiempo hecho de sangre y de palpitaciones.

V.B